El Sonido

Texto: Isadora Ponce
TOCAR
“Mis dedos son mi instrumento”
Ser un engranaje del mundo sonoro. Sentir la simultaneidad de afectar y ser afectada. El peso del dedo como membrana entre la madera que a su vez es cuerda; una máquina de resonancias que nace del choque de dos cuerpos en tu cuerpo.
Escoger un repertorio que te hable y te haga querer hablar.
Crear sentido.
Tocar.
A mi me gustaba Bach:
abandonar la palabra,
dejar que las voces dialoguen entre lo espiritual y lo profano,
la presencia que grita cada uno de tus dedos,
el vértigo constante,
que lo háptico entre como rapé o shot de caña.
A ella La Danza del Indio Blanco:
las arritmias que la conectan con la salsa que escuchaban en su casa,
la melodía heroica que le demanda una técnica avanzada para cuadrar las octavas de cada mano,
“reflejar esos momentos donde los rituales brasileros
no solo son el título de la obra, sino se sienten en la música”.
Villalobos: la vida que emerge entre mundos sonoros distintos:
americalatina y occidente.
[1]Después de escucharla pienso que tocamos el piano por el placer que se siente producir el sonido de un sentir deslocalizado que atraviesa todas las capas de la piel y se desparrama por los músculos y los órganos. Tocar porque nos hace ser y percibirnos vivas. Tocar para enclavar nuestros cuerpos en el mundo.
“Hay piezas que te causan placer tocar por la manera en la que están hechas, es placentero escucharlas pero también tocarlas. Hay otras que no causan placer sino con el tiempo, son más incómodas, no es tan cómodo tocarlas pero si están bien tocadas causan placer escucharlas”, pausa, mira al piano y hacia arriba y sigue: “ajá, depende del material”. Pienso en mis manos pequeñas, en mi incapacidad de tocar Rachmaninov o Liszt; en mi apatía interpretativa frente a las obras heróicas y los grandes relatos de lo clásico, en el año de estudio diario y tedioso que me tomó poder tocar la Revolucionaria sin cometer errores en las notas más de diez veces seguidas; en esa satisfacción que venía, como dice ella, al quedarse después de haber dicho “no es que esto es muy difícil, nunca lo voy a lograr”, en ese proceso que se madura al finalizar la obra y ver los resultados en el escenario, cuando miras en retrospectiva tu vida en el conservatorio y te escuchas en su voz: “me gustaba transmitir, más allá de que me salga bien o no, porque habían conciertos desastrosos -de salir llorando, todo mal-, pero hay otra parte que está ahí, que me hacía también quedarme ahí, decir no, sí, sí quiero decir algo más, no solo interpretar perfecto y si no sale soy mala, y así..”. Estudiar horas, días, y meses seguidos la misma pieza para quedarse en el tiempo y la presencia que requiere tocar con los ojos cerrados para dejarte ir, aunque sea en minutos fragmentados, y cometer otra clase de errores. Quedarse en el placer del movimiento prolongado que desaparece hasta el hambre. Hacer de la disciplina gozo es quizás uno de los aprendizajes más ricos que nos deja la escuela clásica.
Y la sigo escuchando hablar sobre que eso de “descargar las penas en el instrumento no responde mucho a sus manos” cuando le preguntamos cómo influyen los afectos y los momentos de su vida en los que decide tocar. Nos cuenta que cuando tiene un sentimiento muy contradictorio sea felicidad, tristeza o mucha emoción ¡no toca! que necesita “tener la cabeza más fría”. Luego duda y continua: “…pero a grandes rasgos, por ejemplo, el repertorio que acabo de tocar ahora tenía muchas piezas nostálgicas que las he querido tocar toda la pandemia. Elegí un repertorio no tan feliz, así como con piezas más bien nostálgicas y melancólicas. Entonces, ahí están muchas cosas: la pandemia, me separé del papá de mi hijo… A grandes rasgos me doy cuenta que sí, aunque no, aunque quiero creer que no”. Y nuevamente siento la contradicción atravesada que es habitar el mundo clásico para ciertos cuerpos, esa que no busca resolución -la dialéctica negativa de Adorno[1] que mencionaba el Gregorio cuando cada una interpretaba desde sus mundos la relación de ella con la música. Para mi y la Vane, la vida, los momentos de vida ensartando el cuerpo, agujereando el equilibrio de las muñecas, recreando el suyo propio, con la disciplina como marca imborrable de los cuerpos femeninos.
En ella, la música acontece en unas manos que bailan en una cuerda tensionada por estructuras distintas. Oscilaciones producidas por una educación clásica, ortodoxa, masculina, que tiene al tiempo teleológico[2] bombeando por el sistema nervioso, predeterminado el rumbo motoro en el que la música parece ser el único medio y fin; y a la vez, un cuerpo que respira el sonido de los espacios que habita: la maternidad, el afecto que la rodea, Rusia, su infancia; un cuerpo fenomenológico[3] que es el centro de la percepción, que busca y traduce la experiencia subjetiva de su voz.
La música clásica para muchas de nosotras empieza antes de nacer, en el vientre de nuestras mamás; sonidos que son parte del afuera que nos espera, un lenguaje que se siente extrañamente común. En los cientos de long plays de música clásica que colecciona su abuelo melómano que pasan a su padre y son parte fija de su casa, de lo que ella decide escuchar desde chiquita. En el primer instrumento que es un teclado de juguete que al entrar al conservatorio se agranda a cuatro octavas y después de años se convierte en su piano traído desde Rusia por su profesora: “hubo la opción de comprar un piano, yo estaba bastante entusiasmada, y por suerte le di uso hasta ahora, es este (el piano de su casa) ya tiene…”. No puedo no proyectarme, volver al furor que sentí cuando el garaje se abrió y miré mi futuro piano sostenido por 8 manos en el balde de una camioneta. Las ansias del trayecto de esos tres pisos y el alivio de oír el peso de la máquina tocando el parquet, mi reacción automática de abrirlo y tocarlo y la de mi mamá de traer una alfombra, un cuadro, un reloj de cerámica con la carta astral Maya hecho por ella, arreglar la pequeña salita que me encapsularía por años. Mi primer piano también fue traído desde Rusia y estuvo en la sala, mi mamá también me llevó todos los días al conservatorio y se sentó por años a escucharme, fue también mi familia la que sostuvo las crisis de la adolescencia cuando la disciplina te asfixia y quieres botar todo, pero tú sigues, porque a la final como ella dice: “no sé, hay por ahí algo, algo hizo, pesó más, en la música de seguir ahí” esa energía que no cesa, que no se atrapa.
La música clásica en la Andrea toma toda su energía de vida y hace de sus manos un camino de metas que solo se logran con la disciplina y amor por lo que haces. Ella cumple el sueño que teníamos todas de chiquitas después de haber sido educadas por profesoras rusas o de escuela rusa:
- lograr entrar al conservatorio de San Petersburgo;
- no dejarse ir en la competencia con treinta Asiáticos que tocan técnicamente mucho mejor que tú, o rusos y europeos que han respirado una ciudad que suena esa música y encontrar tu propia musicalidad,
- enfrentarte a cincuenta técnicas y formas de tocar e ir construyendo la tuya propia, así estas sean disímiles,
- seguir con la maestría en piano y pedagogía, como está inscrita en nuestros cuerpos femeninos en el mundo clásico.
- dejar a tu hijo con tu expareja o alguien de tu familia para que lo cuide por unas horas y saber que ya no tienes ni seis ni ocho horas de ensayo.
- renunciar a la espontaneidad de sentarte cuando tienes ganas
- marcarte objetivos aún más claros y estrictos: “objetivos en el tiempo, sobre todo, porque en este proceso de maternidad se acorta el tiempo por el hecho de estar con mi hijo. Entonces, eso sería como un ritual para mí: sentarme, dividirme en el tiempo y poner todo lo mejor, en ese poco tiempo”.
[1] Perspectiva epistemológica que impugna la pretendida identidad del pensamiento con lo concreto, es decir, su unidad, su correspondencia. En palabras de Adorno (1986) «(…) se podría llamar a la Dialéctica Negativa un antisistema. Con los medios de una lógica deductiva (…) rechaza el principio de unidad y la omnipotencia y superioridad del concepto. Su intención es, por el contrario, sustituirlos por la idea de lo que existiría fuera del embrujo de una tal unidad.» (8).
[2] Doctrina idealista, según la cual en la naturaleza todo está creado conforme a un fin natural.
[3] Movimiento filosófico que busca entender los problemas filosóficos (mundo y conocimiento, ser) desde la correlación entre conocimiento, sentido de conocimiento, y objeto de conocimiento tomando a la experiencia intuitiva o evidente y a la percepción del cuerpo como centro.

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Proceso Creativo
