Cuerpo

Texto: Isadora Ponce
MATERNIDAD
“La mayoría que entramos al conservatorio corremos el riesgo de perdernos en el modelo y de perdernos a nosotros ahí, yo creo que por ahí pesó mucho la educación de la que hablaba, tener voz propia, de alguna manera saber: saber dónde estás tú también, siempre ¿no?, esto también me influyó: mi etapa infantil”. Explorar la vida desde su deseo y libertad es el otro eje que tensa su cuerda, esa otra temporalidad que se ancla en los árboles de su escuela El Sauce y en su primera profesora de música Gloria Varea que con su “sensibilidad y apertura”
borra la condición como gramática del cuerpo. El quiero por él tengo, que lo menciona varias veces durante la entrevista, una relación con la música que es moldeada por su entorno, sea este su familia, una profesora o los sonidos de una Rusia que respira música clásica y “expande su capacidad de escucha”. La vivencia desde los sentidos que a su vez implica un cambio tangible en la realidad; eso que antes no existía, existe, tiene forma por fuera de nuestro cuerpo y percepción. Es el cuerpo, desde su sentir físico, el que nos grita esa nueva materia, una que desplaza cada órgano y recompone su funcionamiento. Un cuerpo, que en su caso deja de ser uno y se convierte en dos.
“ Cuando yo estaba embarazada, los primeros meses de lactancia no entendía nada… No entiendes ni tu propio cuerpo, cambia todo” comenta la Vane mientras hablan sobre cómo ha sido su proceso de maternidad
Ajá
“Yo pensaba que no, hasta hace poco, me rehusaba a decir no, es una ilusión pero sí, sobre todo, por ejemplo, justamente en estas músicas que tienen mucho que ver con este lado tierno. Como recién toqué unas piezas de Schumann, que son escenas infantiles, unas, esta Träumerei, que es como así la más tierna de todas, la típica, así súper.., y si es como claro, ya logré concretar lo que siempre, teóricamente uno dice: siente que, imagínate que tienes un hijo, pero ¡no!, no es posible si lo he vivido, entonces, ya me puedo dar el chance, en serio de escuchar más ciertas cosas.
Y miro sus caras con un gesto que no puedo adjetivar y se me viene una sensación parecida a cuando leí “The argonauts” de Maggie Nelson: vivir una escritura corporal, donde el yo se desprende del cuerpo y te habita como una tercera persona, no tener palabras y aún así sentirme próxima a un cuerpo desde la imposibilidad, que los abismos que abre la heteronormatividad tejan nuestros cuerpos y nos aproximen, entender fragmentariamente una experiencia que se muestra como piel.
«Que las hormonas hagan que la sensación del viento o la de los dedos en la piel cambie de excitante a nauseabundo, es un misterio más profundo de lo que puedo rastrear o comprender. Los misterios de la psicología palidecen en comparación a esto, al igual que la evolución me parece infinitamente más profunda en lo espiritual que el Génesis.
Nuestros cuerpos crecen extraños, para nosotras mismas, para el otro. Mi pelo grueso germinado en nuevos lugares; nuevos músculos desplegados por los huesos de tu cadera. Mis pechos en dolor durante más de un año, y aunque ya no me duelan, siguen sintiéndose como si no me perteneciera (y en cierto sentido así es, ya que todavía estoy amamantando). Durante años fuiste piedra: ahora te rasgas la camiseta cuando quieres, emerges musculada, desnuda, a los espacios públicos, a correr y a nadar.
A través de mi hijo T he experimentado oleadas de calor, un brote adolescente, tu sexualidad bajándose del laberinto de tu mente y diseminándose como un álamo en un viento cálido. Te gustan los cambios, pero también los sientes como una especie de compromiso, un grito por visibilidad, como el dibujo de tu fantasma que proclama: «sin esta sábana sería invisible». (La visibilidad te hace posible, pero también te disciplina: disciplina todos los géneros, inclusive los artísticos). A través del embarazo vivo mi primer encuentro sostenido con lo pendular, lo lento, lo agotado, lo discapacitado. Siempre había pensado que dar a luz me haría sentir invencible y amplia, como la sensación de un puño en mi vajina. Pero incluso ahora que han pasado dos años, mis entrañas se sienten más temblorosas que exuberantes. He empezado a entregarme a la idea de que esa sensación podría cambiar para siempre, que esta sensibilidad es ahora mía, nuestra, para trabajar con ella. ¿Puede la fragilidad sentirse tan caliente como la bravura? Creo que sí, pero a veces me cuesta encontrar el camino. Siempre que creo que no puedo encontrarlo, Harry me asegura que sí podemos. Y así seguimos, nuestros cuerpos encontrándose una y otra vez, incluso cuando ellos -nosotrxs- hemos estado aquí, todo el tiempo» (Nelson 2015, 151, 152 traducción propia).[1]
“Esa parte muy racional que uno tiene cuando está en el proceso profesional o creativo no es la misma. No cuenta mucho tu parte lógica: la racional, la cual casi se muere en la maternidad, en tu cerebro, o sea tu cerebro está, tu energía está en la vitalidad, o sea, en el cuidado. Y ¿cortar eso?! Quizás, claro, puedes cortar eso y seguir produciendo no, pero también puedes equilibrar y escuchar esa parte“.
“Yo tengo dos alumnas de la universidad que ya son mamás,en este caso una que podía conectarse pocas clases, tenía que verle al hijo, no tenía la ayuda del papá por lo que vi. En cambio ninguno de mis estudiantes,bueno creo que es padre, todos se conectaron a las clases, a ella le costaba mucho, a veces su hijo estaba ahí, que bestia, impresionante, estudiar siendo padre o madre o estudiar y criar es, eso sí, es bueno ya, trabajar ya es otro proceso, también otra, también otra, quizás de más madurez, ya cuando terminas tus estudios, bueno no sé, es relativo pero, el tener que cumplir, por ejemplo,claro una nota en el estudio, porque ya tienes que graduarte, o algo, entonces ahí sí es, chuta, es complicado, porque yo al mismo tiempo, digo yo soy madre, entonces cómo cómo le exijo algo, si sé lo demandante qué es, pero al mismo tiempo, sé todos los sacrificios que una ha hecho, con la música también, entonces digamos tampoco, tampoco, puedo dejar pasar cosas por el hecho de que a, o es madre, entiendo, entonces que no me entregue lo que tienen que entregarme todos, pero estamos también, también sirvo la música es como complicado, muy complicado.
“Un gran amigo pianista -un gran pianista brasilero- con el que estudié allá era de la idea de que un pianista, un músico, no puede casarse, no puede tener un matrimonio, no puede tener una vida de matrimonio porque el piano es como su hijo ,en este caso, el instrumento, el objeto de arte. Yo podría decir que no y me alejo mucho de esa concepción de que puede llegar a ser así. Justamente por eso es que hay tanta producción de hombres.”
“No he tocado dos años que tiene mi hijo, ahorita di primer concierto, a los dos años, y claro no, mucha frustración, mucha frustración con todo, y bueno no importa, he pasado mucho con mi hijo, pero también este lado de chuta que, bestia, o sea, por ejemplo mis amigos que han sido padres también, pinistas hombres no, que siguieron tocando, nació el hijo y al mes ya tenían conciertos, y todo, es como, bueno, ellos no están dando de lactar, paciencia, ya tocaré, esta cosa también del sistema, no de la producción, como de cuántos conciertos tienes que tocar, tan importante lo que tu nombras desde dónde y qué ritmo tenemos nosotras también no, y que las hay pero, pero lo único que se conoce es la producción masiva”.
“En la maternidad te cuestionas muchas cosas, y lo que me ha surgido también lindo, es por ejemplo, el inventarme canciones, o sea tengo mi piano al lado, pero me nacían canciones, así como cada día, nuevas canciones me inventaba y cantaba así, me da pena no haberlas grabado, unas tres canciones las tengo, las escribí un poco y quiero cómo darles más alas, como esto también, esta cosa de que chuta, chevere, así también puedo enseñarles a mis alumnos, pero claro no, después viene la cuestión de que, bueno esto, necesito dar conciertos igual, hay un repertorio enorme en mi cabeza, que también está como en mi sueño tocar muchas cosas no, entonces, sí hay está división, ajá, si hay una división que una tiene no, y creo que es difícil porque hemos sido, hemos sido divididos totalmente,no. No hay una cosa que se crea desde aquí o allá, o de que escucha esto también, porque no hay esos espacios.
Y después de oírla como la maternidad cambia todo, resuena de nuevo Maggie Nelson:
“Un amigo dice que él piensa al género como un color. El género y el color comparten una cierta indeterminación ontológica: no es del todo correcto decir que un objeto es un color, ni que el objeto tiene un color. El contexto también lo cambia: todos los gatos son grises, etc. Tampoco el color es voluntario, precisamente. Pero ninguna de estas formulaciones significa que el objeto en cuestión sea incoloro.
La lectura sesgada de El género en disputa, de Judith Butler es algo así como: puedo levantarme por la mañana, mirar en mi armario y decidir qué género quiero ser hoy. Puedo sacar una prenda de ropa y cambiar mi género: estilizarlo y luego en esa noche puedo volver a cambiarlo de nuevo y ser algo radicalmente distinto, de modo que lo que se obtiene es algo así como la mercantilización del género y el entendimiento de la adopción de un género como un tipo de consumismo. Cuando todo mi punto era que la propia formación de los sujetos, la propia formación de las personas, presupone el género de una manera determinada, que el género no se puede elegir y que la «performatividad» no es una elección radical y no es voluntarismo…. La performatividad tiene que ver con la repetición, muy a menudo con la repetición de normas de género opresivas y dolorosas para obligarlas a resignificarse. Esto no es libertad, sino una cuestión de cómo trabajar la trampa en la que uno se encuentra inevitablemente dentro» (Nelson, 2015, 30,31 traducción propia).
[1] Cabe recalcar que esta traducción no es literal ya que busca despertar en lxs lectorxs esa sensación corporal. “That hormones can make the feel of wind, or the feel of fingers on one’s skin, change from arousing to nauseating is a mystery deeper than I can track or fathom. The mysteries of psychology pale in comparison, just as evolution strikes me as infinitely more spiritually profound than Genesis.
Our bodies grew stranger, to ourselves, to each other. You sprouted coarse hair in new places; new muscles fanned out across your hip bones. My breasts were sore for over a year, and while they don’t hurt anymore, they still feel like they belong to someone else (and in a sense, since I’m still nursing, they do). For years you were stone; now you strip your shirt off whenever you feel like it, emerge muscular, shirtless, into public spaces, go running—swimming, even.
Via T, you’ve experienced surges of heat, an adolescent budding, your sexuality coming down from the labyrinth of your mind and disseminating like a cottonwood tree in a warm wind. You like the changes, but also feel them as a sort of compromise, a wager for visibility, as in your drawing of a ghost who proclaims, Without this sheet, I would be invisible. (Visibility makes possible, but it also disciplines: disciplines gender, disciplines genre.) Via pregnancy, I have my first sustained encounter with the pendulous, the slow, the exhausted, the disabled. I had always presumed that giving birth would make me feel invincible and ample, like fisting. But even now—two years out—my insides feel more quivery than lush. I’ve begun to give myself over to the idea that the sensation might be forever changed, that this sensitivity is now mine, ours, to work with. Can fragility feel as hot as bravado? I think so, but sometimes struggle to find the way. Whenever I think I can’t find it, Harry assures me that we can. And so we go on, our bodies finding each other again and again, even as they—we—have also been right here, all along” (Nelson 2015, 151, 152).
Bibliografía
Nelson, Maggie (2015). The Argonauts. Graywolf Press, Minneapolis, Minnesota.

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